Los animales señalaron que los
enemigos principales eran los humanos. El cochinillo “Viejo Mayor” difundía sus
ideas revolucionarias alentando la expulsión del administrador H. Jones. La triunfante
revuelta creó la Nueva Granja Socialista, que por pocos meses superó la
producción anterior. Pero, al poco tiempo, los cerdos tenían más privilegios que
los otros animales. Rápidamente, el flamante gobierno, a nombre de la
Revolución, se transformó en tiranía.
Los líderes chanchos comenzaron a
pelearse para copar más espacios de poder y tener más acceso a la gula y a los
placeres sensuales, aunque no llegaron a ser pederastas. “Napoleón” derrotó a “Snowball”,
obligado al exiliarse, luego asesinado. Perros enfurecidos controlaban
cualquier protesta.
Las ingenuas vacas creyeron en los Siete
Mandamientos: “todo lo que camina sobre dos pies es un enemigo; todo lo que
camina sobre cuatro patas, nade o tenga alas es amigo; ningún animal usará ropa;
ningún animal dormirá en una cama; ningún animal beberá alcohol; ningún animal
matará otro animal; todos los animales son iguales”.
Pronto el régimen de los marranos modificó
los Mandamientos. Por ejemplo, se justificó sutilmente que un animal puede
matar a otro. Obviamente los líderes podían dormir en cama o beber. “Napoleón”
creó su propia bandera, su himno; le faltó tener su propio museo en su pueblo
natal.
Los humanos de las granjas vecinas optaron
por legitimar al gobierno de verracos socialistas. Condecoraron a “Napoleón”;
aunque ninguna universidad lo nombró Honoris Causa. Alabaron los logros del liderazgo
del cerdo que conseguía que los otros animales trabajasen sin horarios, sin
derecho a reclamar, hambrientos.
Al final, el burro, uno de los pocos
alfabetos, leyó el nuevo último Mandamiento cambiado: “Todos los animales son
iguales, pero algunos son más iguales que otros”.
La novela de George Orwell “La
rebelión en la Granja”, escrita en 1945 es una trágica sátira sobre la
revolución de 1917 contra el zar ruso y la posterior dictadura comunista. Josef
Stalin persiguió, encarceló y asesinó a sus enemigos de clase, a sus rivales en
el partido, a los intelectuales, a los periodistas, a los campesinos, a los
obreros; a todos los que se atrevían a pensar.
En 2022, es posible cambiar los
nombres y los lugares de la novela y encontrar los actuales cochinos de la
granja. El cerdo mayor puede llamarse Hugo Chávez, y las cerditas enriquecidas
pueden ser sus hijas, su mamá la lechona. Toda la familia Chávez luce joyas
mientras el resto de los animalitos muere de hambre o migra para mendigar en un
semáforo paceño.
El cerdo capón tiene los mismos
rasgos que Daniel Ortega y se encarga de ser el asesino de sus propios
camaradas; los deja morir en la cárcel, como a Hugo Torres, Comandante Uno en
la gran revuelta del 1978; o condena a la Comandante Dos Dora María Téllez a
pasar el resto de su vida en la cárcel porque ella no baja la cabeza ante la chancha
de anillos y pulseras Rosario Murillo.
Los personajes de la fábula del
escritor inglés pueden encontrarse en otros países, inclusive los cerdos de la
elite intelectual que apoyaron a “Napoleón” como escribidores, antes de ser purgados.
Cerdos que escriben alabando las razzias hasta que les llega la guillotina.
Perros, cuervos, caballos, serviles y sumisos, esperando la migaja. Las ovejas son
las peores: repiten las frases de los cerdos, miedosas, sin opinión; una masa
informe que vocifera “beeee” a cambio de unos pesitos, mientras es denigrada.